jueves, febrero 24, 2011

A partir de hoy no se come.

 -¿No te parece que se nos va la mano con la comida, Ana?

-Me parecía. Ya no más, tomé la mejor decisión que podía tomar. No como más.


-Pero...¿cómo hacés? No puedo parar de comer.

-Pensá en lo gorda que estás y en lo sola que vas a quedar si seguís así y vas a ver como dejás de comer.

Mía se fue a su casa, con la idea de Ana en su cabeza. Su padre había preparado una torta de chocolate muy tentadora a la que no podía resistirse. Pero las palabras de su amiga no pararban de rondar por su cabeza.

-Comé, Mía -dijo el padre.

-Sí -contestó ella.


Con el primer bocado comenzó a descepcionarse. La torta estaba deliciosa, pero ella se iba a quedar soltera y sin amigas.
Mía corrió al cuarto con un plato de torta y se sentó en la cama. Se miró al espejo y comenzó a notar esa asquerosa grasa que le sobraba de los costados y esa panza flácida que le colgaba. En realidad no era tan grave. Apenas estaba un poco pasada de peso. Nada que con gimnasia y una dieta nutritiva no se puediera arreglar.
En un ataque de rabia comenzó a llorar y sentirse culpable de la torta que recién había comido. Se sentó frente a la computadora y empezó a ver fotos de la actual novia del chico de sus sueños. Flaca, rubia, simpática, genial. Todo lo contrario a ella. Cada vez más indignada con su físico aumentaba su llanto, hasta que con mucha fuerza le pegó un puñetazo al espejo.
Ahora no sólo se veía mal, sino que sangraba su mano y le dolía. Juntó rápido los vidrios para que nadie lo notara y los tiró en el basurero del baño. Se lavó las manos y volvió a verse al espejo.
Apretó los dientes y con mucha rabia se metió los dedos en la garganta para vomitar esa torta que creía que la estaba matando.




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